Páginas

lunes, 16 de septiembre de 2013

La delgada línea entre todo y nada.

Una imagen, simple y llanamente. Una imagen capaz de remover tantos sentimientos que, cada vez que uno se detiene a observarla y analizarla con detenimiento, termina llorando o camino de hacerlo.

El fiel reflejo del dolor desgarrador, de la desolación. Posiblemente uno de los sentimientos más reconocibles en los rostros de las personas. Tan reconocible como contagioso, según el grado de empatía de las personas que lo perciben.

Indagando por internet, hace aproximadamente un año y medio, me topé con esta desgarradora imagen:

 
Yoshikatsu Hiratsuka, un señor de sesenta y seis años que llora desconsolado ante los restos de lo que anteriormente era su casa en Onagawa
(Japón). Sepultado bajo los restos de la misma, un miembro de su familia, dado por desaparecido tras el terremoto que asoló Japón en 2011.
Ante él, solamente ruina, impotencia, dolor y desolación. A su alrededor, el mismo panorama elevado a la enésima potencia.

¿Por qué esta foto? Sinceramente, no termino de comprenderlo, pero de vez en cuando tengo la necesidad de mirarla una y otra vez hasta embriagarme de la tristeza que emana de la misma, hasta darme cuenta de que, por muy mal que me vayan las cosas, la vida siempre podrá recordarme que todo puede ir a peor y sin que pueda preverlo.

Aquellos que alguna vez sentimos el dolor de la pérdida y que tenemos un elevado grado de empatía, es imposible que no sintamos algo parecido a lo que siente el pobre señor de esta imagen.
Sentir la enorme necesidad de arrancar palmo a palmo cada centímetro de nieve, cada centímetro de escombro, cada centímetro de tierra, hasta alcanzar a la persona que allí permanece sepultada, devolviéndola de algún modo a la vida de la que fue arrebatada.
Sentir el mismo grado de dolor y abatimiento al encontrarnos tan cerca de ese ser querido, al que queremos rescatar y mantener a salvo a nuestro lado, pero por el cual no podemos hacer absolutamente nada, salvo llorar desconsoladamente.
Sentir cómo la impotencia se adueña de nosotros. Cómo el dolor nos invade hasta el fondo de nuestras entrañas y, ante tal panorama, tener la enorme necesidad de gritar pidiendo ayuda y no recibir respuesta debido al caos generalizado que asola el lugar.

Esta imagen, simplemente, me recuerda lo fácil que resulta pasar del todo a la nada. Describe con exactitud cómo la vida, cuando se empeña en ser perra,  consigue hacer tanto daño con una sencillez tan apabullante, que uno tiene que temer, inevitablemente, tanto por sí mismo como por los seres que le rodean. Tanto es así, que uno aprende a valorar aquello sobre lo que se considera poseedor o perteneciente, para darse cuenta, finalmente, que lo único que al final nos terminará perteneciendo, serán nuestros recuerdos, y eso si con un poco de suerte no lo dificulta alguna que otra enfermedad neurodegenerativa.

Simplemente, una foto con la que pensar, sentir y recapacitar.