Lo queremos todo sin
merecernos nada y, cuando ya lo tenemos, carece de sentido y de valor. Capricho lo llaman algunos. Cosas del
destino y necesidades irracionales que nacen de la nada.
Podemos ser ricos sin
darnos cuenta, no porque llevemos los bolsillos llenos de billetes que caen uno a
uno al emprender la marcha, sino por tener a nuestro lado todo aquello que realmente
buscamos y que, todavía, sin saber muy bien por qué, no somos conscientes de
que es lo que realmente estamos buscando, siendo, por lo tanto, nuestra necesidad
más inmediata.
Podemos mirar esos ojos
todos los días de nuestra vida, a cada amanecer, a cada despertar, a cada rato que pasa, y
no saber que en ellos se esconde nuestra verdadera felicidad.
Ignorar que a nuestro
lado tenemos todo aquello por lo que debemos luchar y que, con el tiempo,
terminará alejándose a pasos agigantados hacia algún lugar del cual nada
sabremos, y del cual jamás volverá.
Tocar mil veces esa “fortuna”
con las manos, con nuestra piel, e impregnarnos de riqueza sin saberlo, sin
ser conscientes de que en ese momento, en ese preciso momento, estamos tocando
un pedazo de cielo por el cual daríamos la vida si realmente lo viéramos como
tal.
Humanos… siempre
condenados a ser unos inconscientes pues sin esta condición no seríamos humanos.
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