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sábado, 3 de marzo de 2012

Mi escondite favorito.

Toda persona, alguna vez, tiene la inmensa gana o necesidad de decir lo que piensa, de contar su verdad. De dirigirse al mundo abiertamente sin tapujos y sin miedo, con la finalidad de hacer pensar o recapacitar al mundo, compartiendo una opinión, una idea o hasta un sentimiento con el que poder empatizar.

Algunas personas, entre ellas yo, encontramos en la escritura una vía de desahogo o incluso un pequeño escondite o refugio en el cual, o a través del cual, dar rienda suelta a lo que pensamos, de manera que nuestras palabras, esta vez escritas, perduren en el tiempo y no se disipen o se pierdan como un leve murmullo entre el griterío o el bullicio de este inmenso mundo en el que muchas veces no encontramos ni cabida ni calma, y mucho menos atención. Porque expresarse es sano, pero sentirse escuchado es todavía más sano, y una de las más vitales e importantes condiciones dentro de lo que entendemos como relaciones básicas humanas.

Pero muchas veces, no obstante, no disponemos del "oído" adecuado o del amigo esperado para dar rienda suelta a nuestra "imaginación", ya bien sea para expresar una idea o sentimiento, como para expresar una pena o inquietud, y es, en ese preciso momento, en el que muchos encontramos consuelo o refugio en la escritura. Quizás como acto de complacencia. Quizás como sentimiento frustrado, o incluso como acto que "nos lleva" a sentir que, lo que ahora expresamos y escribimos, retumbará sobre todas las voces que intentan silenciar o relegar a un segundo plano nuestra opinión, nuestros sentimientos o nuestras necesidades una vez las damos a conocer abiertamente.

Escribir también nos eleva o nos lleva al lugar en el que queremos estar. Viajamos sin movernos, soñamos mientras nos mantenemos despiertos, sentimos profundamente aquello que narramos o describimos, con tanta facilidad que, muchas veces, ni con las propias vivencias del mundo real logramos sentir de esa manera tan intensa como lo hacemos mientras escribimos, pese a que aquello que se nos dé por escribir, no sea la realidad en sí misma, sino una historia ficticia, un poema a una desconocida, o una carta de amor a una persona que jamás la leerá.

La escritura derrumba tabiques y límites de nuestras vidas, haciendo que todo resulte más fácil y sencillo y, por qué no decirlo, hasta más bonito.

Espero disfrutar de ello y de vuestra grata compañía. 

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